Nombre: José Gregorio Cedeño Salazar 
SEUDÓNIMO LITERARIO: Elhi Delsue
Lugar de nacimiento: Punto Fijo, Estado Falcón, Venezuela
Residencia actual: Punto Fijo, Estado Falcón, Venezuela
Miembro desde: 25/06/2011




Poemas incluidos en esta página:
 

 

      - La noche.

      - La sed que no se sacia.

      - Semblanza.

      - Los ojos de la virgen.

      - Glosa a Neruda.
- Ojos de piedad.
- El beso del hastío.
- Tú me recuerdas la ciudad dormida.

      - Epílogo.

      - Oda a un poeta desconocicdo.

      - Salve al poeta.

      - Sempervivum.

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LA NOCHE
 
 
La noche es un diamante que se quiebra
y esparce sus astillas en el viento,
suave y fragante vino cuyo aliento
embriaga el corazón y lo entenebra.
 
Es filigrana cósmica que enhebra
las horas del ocaso en dulce evento,
un cofre que atesora el firmamento,
un ritual que en las sombras se celebra.
 
La noche es el lenguaje de las cosas,
oscura sangre de insanable herida
que en un velo de niebla se convierte
 
y cubre con estrellas misteriosas
el blanco de las alas de la vida
y el negro de los ojos de la muerte.
 
 
 
 
LA SED QUE NO SE SACIA
 
 
Llevo zurcido con silencios rotos
un botón de amargura en el ojal
del viernes en la piel de mi camisa.
Tengo en mis sienes una hoja verde
carcomida por larvas amarillas,
un pájaro, un aljibe, una tormenta,
una piedra de un río que agoniza,
una fruta mordida, un pentagrama,
la luna en un zurrón, un trébol muerto.
 
No sé cómo llegaron estas cosas
a llenar el abismo entre mis manos,
ni sé por qué designio inescrutable
esa amalgama de mi vida gris
se convirtió en el pan de mi tristeza.
 
Y bebo como un surco del sudor
de la tierra, del agua, del rocío,
del verbo, del dolor trocado en lágrima,
del fondo de las cosas, de mí mismo;
mas todo es como un éter que se esfuma
y aunque todo lo pueda nada tengo,
y aunque todo lo tenga -¡qué misterio!-
¡esta bendita sed nunca se sacia!
 
 
 
 
SEMBLANZA
 
 
Tal vez fui bendecido el día que la Muerte
vertió su suero amargo en el cáliz materno
y quiso amamantarme de sus senos inmundos
para que nunca vieran mis ojos la alborada.
Tal vez nunca lo he sido... y mis lábiles sueños
aprendieron el vuelo que no pueden las alas
y mis sienes palparon el pedazo de cielo
celosamente oculto detrás de las palabras.
 
Yo amalgamé la plata, el jade y la genista
recostado en la hierba, bajo lunas y soles,
y me amparé en la música como un ciego al sonido,
y ensordecí de rabia del amor las campanas
para que no quedara ni un atisbo de sombra
que pudiera empañar el prisma de mis versos.
Y fue así que empezó la hermosa travesía
de este epígono triste de vuelos nerudianos
que amó su glauca esencia, su inusitada lira,
sus osadas metáforas y el tristísimo acento
mineral y salino de su voz de atalaya.
 
No sé cuándo llegaron las Piérides del Alba
con sus labios etéreos a besar mis silencios;
sólo sé que era noche mi nemorosa vida
y flagraba en el novel tintero de mi sangre,
como tímida llama, la luz de la poesía.
 
 
 
 
II
 
 
Así fueron naciendo mis primeros poemas,
como constelaciones de universos ignotos,
y mudaron el pálido color de su plumaje,
y vencieron las simas del fondo de mi alma
como aves que emigran buscando su destino?
 
Muchas veces cayeron de bruces derrotados,
otras se levantaron como atlas soberbios
y cargaron el peso de toda mi existencia,
de todos mis azares, de toda mi amargura.
Y surcaron el aire como australes cometas
que vuelan anhelantes buscando entre las cosas
la unicidad sublime del instante poético,
ese donde la magia se funde en los vocablos,
donde el aliento suave de la lengua acaricia
como un céfiro blando la gravidez del verso.
 
Allí están? en la aurora, como gárgolas negras,
como heraldos de piedra, como espejos dormidos,
como simientes nuevas bajo la tierra vieja,
esperando que el cántaro de la lluvia se rompa
y germine de nuevo mi verso en el papel.
 
 
 
 
LOS OJOS DE LA VIRGEN
 
 
Es domingo en la regia catedral,
pliega un bostezo la imponente puerta
y en el trigal del cielo el sol despierta
desgranando su espiga matinal.
 
Surca la nave un coro angelical
que acaricia mi fe ya casi muerta,
tan frágil, tan delgada, tan incierta
como la luz de un cirio en un fanal.
 
Se llena de sosiego el alma mía
al ver, en la adyacente galería
que conduce al altar de nuestro Padre,
 
a una mujer hermosa cual ninguna,
con sus desnudos pies sobre la luna
y en sus ojos los ojos de mi madre.
 
 
 
 
GLOSA A NERUDA
 
"Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella;
y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla,
la noche está estrellada y ella no está conmigo".?
 
Fragmento del Poema XX | «Veinte poemas de amor
y una canción desesperada», 1924
 
Ella habita en la esencia sublime de las cosas,
en las verdes entrañas de mi infinita pena;
es como si pudiera, absorto en el silencio,
oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
 
Canta sus letanías el río de mi sangre,
se ahogan las luciérnagas, palidecen los cirios;
las musas como ángeles baten sus alas blancas
y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
 
¡Señor, Tú que conoces lo acerbo del dolor,
el cáliz de esta hora de mis labios aparta!;
yo seguiré el sendero que me tracen tus manos,
qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
 
Que su ausencia es la sal que cuece mis heridas,
que de vivir no muero, que de morir no vivo
si tras el velo triste que aborrasca mis ojos
la noche está estrellada y ella no está conmigo.
 
 
 
 
OJOS DE PIEDAD
 
 
Las aves ya no trinan en tu ausencia,
llora el turpial, se enluta el arrendajo,
no se inmuta la palma con la brisa
y de nimbos el cielo se aborrasca.
No cubre la mañana el arestín,
el manantial no riega los moriches
ni nutre con sus aguas sus raíces;
se desgrana el dorado araguaney,
lividece la tez de las cayenas
y el múrice sutil de las violetas.
 
El paisaje es un tríptico de grises
donde duerme latente la belleza
y el bálsamo oloroso del mastranto
tiene aliento de légamo y pantano.
 
Nada es igual... paréceme tan triste
desandar esta senda ya trillada
sin escuchar tu voz de campanario.
¡Hay una inmensa soledad de llano!
y la inquietud que hiere y me desvela
desvencija el horcón de la ansiedad.
 
La tarde es un presagio que desciende
como un telón de nubes sin encajes
y un médano esparcido por el viento
ciega mis ojos lerdos por la espera.
Luego cae la noche con sus sombras,
restallan las cigarras y los grillos
atolondran la paz de los rincones.
 
Tu nombre reverbera en mi memoria,
mientras beso tus labios y tus manos
y tú me besas todo el pensamiento
y el corazón doliente me consuelas.
 
Hoy, a pesar de toda esta tristeza
y del desasosiego que me abruma,
siempre acudes a mí, siempre me miras
con tus ojos colmados de piedad?
 
 
 
 
EL BESO DEL HASTÍO
 
 
Cala profundo el frío cada espacio
de mi cansada y frágil osamenta;
la noche, de luceros somnolienta,
es de mi muerte su mejor prefacio.
 
Se exacerba el dolor, llueve despacio
en mis ojos y leve el verso intenta,
como un rayo de sol tras la tormenta,
nacer y en el intento lo desgracio.
 
Se duerme en el regazo de la aurora,
luego extiende sus alas y florece
en el pensil del alma cual rocío.
 
Y mientras tu recuerdo me devora
se me nubla la sangre y estremece
un beso las entrañas de mi hastío.
 
 
 
 
TÚ ME RECUERDAS LA CIUDAD DORMIDA
 
 
Tú me recuerdas la ciudad dormida,
lejano amor de corazón lojano,
un pesebre ataviado de luceros,
una luna incendiando los tejados.
Me recuerdas la súbita esperanza
de un lirio floreciendo en el ribazo
que separa tus sueños de los míos,
un libro virgen, un silencio extraño,
un tropo refugiando una palabra,
una gasa de nube, el sol de marzo.
 
Tú me recuerdas la sonrisa franca,
las lágrimas de un sauce sobre el lago,
el aria triste de un trinar de aves,
una llovizna acariciando el páramo.
Me recuerdas la voz apasionada
del viento jugueteando en Catamayo,
el amor germinando en las pupilas,
el volantín voluble de los años...
 
¡Todo me lo recuerdas! porque tú
tienes la ubicuidad de lo sagrado,
la fuerza de una ola embravecida,
el ímpetu furioso de un disparo.
 
Huir de ti no puedo, aunque quisiera,
y ser de mí, te juro, lo he intentado.
Y aunque cerraran todas las ventanas
y se ajaran las rosas de tus labios,
¡No te vayas, Amor, que todo queda!,
¡No te alejes de nuevo y ponte a salvo
de todos mis desaires y de mí!,
que está la copa llena entre tus manos
y lo dulce y divino es un misterio
que suele develar el vino amargo.
 
Tú me recuerdas la ciudad dormida,
lejano amor de corazón lojano.
 
 
 
 
EPÍLOGO
 
 
¡No me levantes!, deja que mis pies
palpen las blancas vísceras del aire,
que lo que ayer fue lazo
hoy es horrenda soga,
y es la muerte fatídico presagio
y la felicidad, simple entelequia.
 
No mires los espasmos de mis ojos,
no beses las tinieblas de mis manos,
que lo que ayer fue eterno
hoy es clamor del polvo,
y es la vida el cantil hacia un calvario
coronado por cruces en la cima.
 
No digas, madre mía, que fui solo
pálido lis que flageló el invierno,
si hallé en la poesía
todo el calor divino
que no encontré jamás en otro fuego,
ni otro sol, ni otro vientre, ni otro hogar.
 
No hurgues en la umbría de mi fe
mis alucinaciones y demonios;
abre veredas nuevas
con tus dolores viejos
y en el altar, refugio de tus santos,
ponme, madre, de hinojos ante Dios.
 
Ábreme con cuchillos de la aurora
para que broten todas las luciérnagas
que quedaron cautivas
en mi sangre quijote,
y amarra en los puntales de la noche
los volantines que jamás icé.
 
Esparce las cenizas de mis versos
en las aguas del mar de las Antillas
¡Que surquen victoriosos
continentes de espuma
y renazcan blanquísimos de luz
en los silos poéticos del alma!
 
 
 
 
ODA A UN POETA DESCONOCIDO
 
Paráfrasis de un pensamiento del escritor Gabriel Rodríguez,
extraído del libro «Limitaciones», publicado en 1975 por la Dirección de Cultura de la UCV.
 
Pudo esparcir sus versos en el aire,
allí donde del mundo estaba a salvo
su orgullo de demonio sin nombrar,
su rabia convertida en un disparo;
descabalgar las bestias de la aurora
o sumarse al concierto de los astros,
yacer bajo una lápida sin nombre
o erguirse sobre sí, inmenso, intacto.
 
Pudo hablarnos de rosas inauditas,
llenarnos de luciérnagas las manos,
hundirnos en los folios de su sangre,
anclarnos a sus ojos visionarios;
acercarnos a todo lo inasible,
lapidar con estrellas los vocablos,
morder el éter de la fantasía,
inaugurar los predios de lo arcano.
 
Pudo ser y no ser porque la vida
es un paisaje hoy, mañana espanto,
armonía imperfecta, sol ardiente
escalfándose lento en el ocaso.
 
Pero nada fue así… y, tristemente,
todo es tan diferente y tan extraño:
un hombre fuma en medio de la noche
y detrás de la brasa del cigarro
un mundo de suplicios y de fuego
enciende su corola de arrebatos…
 
 
 
 
SALVE AL POETA
 
 
¡Salve al poeta!, su campiña blanca,
su almáciga de cuerdas y sonidos,
su verbo parturiento
desgarrando la tierra
y sus manos pletóricas de lluvia
y la siega y la horca de sus labios.
 
¡Salve al poeta!, su bondad eterna,
la espiga en el barbecho de sus sienes,
sus cenizas de lágrimas,
el orujo en su sangre
y la daga inmortal en su costado,
la sal de su dolor y de su carne.
 
¡Salve al poeta! Que no muera nunca
su luminosa lámpara, que incendie
de asombro las pupilas,
que sea levadura
para el pan de su amor sobre la mesa
y su luz comunión para el espíritu.
 
¡Salve al poeta!, su tristeza innata,
su caridad, su rabia sin prejuicios,
que sea dulce y pródiga
la mies de su cosecha,
que toque Dios su corazón, y ufano,
lo bendiga y lo colme de su numen.
 
 
 
 
SEMPERVIVUM
 
 
Quise ahogarla de sed, vestirla de remiendos,
quemar en una hoguera su sonrisa de luna,
arrancarle los ojos, clavarla con silencios,
ponerle una diadema de espinas de amargura.
 
Quise cortar sus alas, volverla sal, sumirme
en el no ser, odiarla, renunciar a su abrazo
y no esperarla nunca sin saber qué decirle
ni redimir su nombre del olvido y el fango.
 
Deseché no sé cuántas reliquias del intento,
apagué tantas lámparas, rebujé tantas hojas
y morí tantas veces que no sé ni recuerdo
cómo llegué a saber la lengua de las sombras.
 
Quise amansar la idea y desobedecerla,
morder la comisura de las horas del verso,
reventar su burbuja de viento y azucena,
devolverla a la tierra, contarla entre mis muertos.
 
Pero ella siempre vuelve... Su imperturbable llama
crece como una espada de luz en mi cabeza,
como un beso inmortal su mirada sagrada,
como una llaga viva su caricia en mi diestra.

 

 


 


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