Nombre: Mary Soto
Lugar de nacimiento: Lima, Perú
CIERRO LOS PUÑOS
Los afanes pasan por mis dedos
cantan con mi voz chiquita
acariciando los cabellos de mi hija
dulce sonido de sus días
agüita juguetona y cristalina
zapatitos pequeños
mancillados,
doloridos,
por la áspera espada levantada
no basta el agua de mis ríos
para llenar los ojos
no bastan los truenos de Illapa
para odiar aquella mugrosa tarde
con la flor de su inocencia arrancada.
Yo,
pequeña madeja
en el patio de trabajo de los señores
un ladrillo más de la pared
minúscula tuerca del engranaje
que no puede huir
a las manecillas del reloj.
Wawita pequeña
palomita kukulí
mis alas quieren cobijarte
presa estoy del guardián
de la celada
tornado soy
kuntur que surca las montañas
fiera puma en defensa de tus días
y huyo
y vuelo
y corro
a tu alcance voy pequeña
no importa si ya no es posible
este mísero sustento del pan.
Comprendan digo:
¿Acaso no es superior
el mandato del corazón?
las murallas se levantan
y expulsada del patio de los afanes soy
exijo
pido
ruego
más la puerta está cerrada
el cerrojo está corrido
en el oscuro corazón de los señores
no hay lugar para mi dolor
y mis afanes
cuesta abajo mi hija y yo
nos vamos
ella aprieta los pies en
la arena
y yo cierro fuerte los puños
callando esta rabia
que me quema dentro.
ORIFICIO MI CORAZÓN TODOS LOS DÍAS
¿Cuándo plegarás
tus alas
buitre de acero?
Sofocante
sigiloso fuego elevándose
hurgando
el afilado pico
en lo más profundo del
abismo de mis días
Huyo por los pasillos
él acecha sin descanso
no hay tregua para el viento
tardes de eucalipto
no hay pausa para
el río
sonora frescura de
sus aguas
Puntualmente todas las
noches llega/
desgarra mis ropas
hollín invadiendo mis
sábanas blancas/
afuera el aguacero cae fuerte
en el corral de los
animales/
ensangrentándolo todo
en sus uñas lleva
los retazos de mi piel
madeja soy debajo de las mantas
un pequeño ovillo
atascado desmenuzándose
disolviéndose asustado
me encuentra
esquivo la mirada
corto las venas
desdeño el sol incandescente
de todas las mañanas
prohíbo el mar que no
conozco
Sin pausa hiere
mis pulmones
una sola espada
y caen las estalactitas
remotas de mi infancia
la casa de azúcar y
brisa
que de segundo a
minuto con tanto
afán construyo.
No hay piedad por sus
altas montañas cristalinas/
fragantes antarupas
crecen en la entrada
madreselvas
grillos
pequeños grumos
de escarcha y
sentimientos
No hay piedad por el
polvo diminuto que
tiñe los peldaños
pomposas las
nubes en los
balcones
el dibujo de
mis zapatos en
el patio
Tanto que cuesta tejer
la trama del helado
juego de adoquines/
disciplinada la palabra/
precisos los gestos/
buenos actores
somos las víctimas
cada instante
cada fracción del espacio
construyendo el personaje
no ajado
no ajeno
al fino sendero ofrecido
a los pies
de quienes no los
habita el frío/
fuertes los huesos
valientes los poros
águilas volando la mirada
centellas bailan en la frente
Y luego de tanta ficción
agotada del levantado
telón
inútil tanta epopeya/
vuelve a reptar sin
despertar sospechas/
en la oscuridad de los
calmados/
con luna o con garúa
con ruido de pianola
o en el sencillo rugido
de la calle
abre sus fauces
desalmado
ya no hay mariposas
amarillas
ni pétalos adheridos a
los libros
sólo el hilo de sangre
corriendo entre mis
piernas/
aquella mugrosa
tarde
Orificio mi corazón
todos los días
despellejado se desangra
BAJO EL PUENTE
Hemos cercado
la ciudad
la gente nos mira
extrañada
algunos se alejan
asqueados
y repelidos
por nuestras ropas
otros nos miran espantados
desde lejos
una mujer me evade la mirada
cuando llegué a sus ojos
presentí el mismo frío de luna
que yo siento algunas noches
debajo del puente
allá en el río
entre el chillido de las ratas
pequeña prisa del agua
corriendo sucia
espesa sin detenerse
con su carga de basura humana
y animales muertos
ALAS ROTAS
Mariposa citadina
frágil
acaricia la niebla
entre el monóxido de carbono
los pasos sedientos
de los tristes
sin trabajo
periódico bajo el brazo
asustados
allí ella
suavecita
espléndida
y débil
con el pavor y la impavidez
de la víctima
tercamente se acerca al fuego
luego del asalto
feroz de la llamarada
desafía en vuelo
el antiguo dibujo
de sus alas
nunca más
salvajemente perfecto.
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