ESCRIBO
Escribo para que Dios me perdone,
para que la noche se alargue hasta la noche
y su día no llame a los cristales
que separan el mundo de mi mundo.
Escribo para no sentirme muerto en esta fosa
común de sueños zambos, sin muletas,
de falsas apariencias y silencios.
De todo lo que soy por no ser nada.
Escribo para sentir la sombra de los versos
colgada en mis paredes, para morir
vacío de egoísmos y de vida
y no ser más que el polvo de mi polvo.
Escribo para decir palabras que no digo,
para poner la piel sobre el papel
y así despellejarme poco a poco.
Hasta quedarme en nada.
Hasta quedar vestido tan sólo de poema.
DOMESTÍCAME
Domestícame,
átame a las patas de tu cama,
no dejes que me lama las heridas
que me abrieran los años.
Hazme de ti,
de tus silencios, de tus ausencias,
y aguardaré nervioso
escuchar el sonido de tus pasos tras la puerta,
y me pondré contento al verte entrar,
escucharé tu voz como si fuera
el aire que se estaba terminando.
Esperaré ansioso las caricias de tus manos
por mínimas que sean,
y restregaré mi cuerpo contra el tuyo
aunque uses los cojines del sofá
como un muro insalvable entre nosotros.
Domestícame,
enséñame las luces de tus ojos
y te guiaré, sin prisas, por mis ganas.
¡Cuidado!
no tropieces con el miedo
que dejo tirado cada noche
por el suelo al desvestirme,
o con la estúpida correa,
en forma de corbata,
que me amarra a un trabajo
que no me gusta mucho,
que no me gusta nada.
Conquistarte sería
mi trabajo ideal.
Domestícame,
lánzame una mirada
hacia el final del parque
y yo te la devuelvo
convertida en un beso
que te cierre los ojos,
y ya, luego, si quieres
desplegamos las alas,
encendemos las calles
y volvemos a casa.
Domestícame,
hazme invisible a todas las mujeres,
siente mi sombra acercarse despacio
hasta tu dormitorio,
hazme sitio en tu cama.
Domestícame.
Domestícame.
ME SOBRAN LAS PALABRAS (Poema ñoño)
Para llamarte
me sobran las palabras.
Para hablarte de amor
o de la dura pena que recubre mis huesos
me sobran las palabras.
Me sobran las palabras
para inventar contigo los caminos
que nos lleven de noche hacia la magia.
Para quedarme inerme en tu mirada
y despojar tu cuerpo de sus ropas
me sobran las palabras.
No hacen falta mi voz ni mis palabras
para quererte un rato cada tarde,
para pensar en ti,
para soñarte.
Para vivir mil años a tu lado.
Para mirar debajo de tus faldas
no hacen falta palabras atrevidas,
ni traviesas palabras,
ni pícaras palabras.
Ni siquiera hacen falta las palabras
para lanzar tu nombre a las alturas,
ni para darle al viento la sorpresa
de encontrarnos erguidos y abrazados
ante su tenaz fuerza, ante su sordidez.
Me sobran las palabras y las dudas
para llegar de noche hasta tu cuarto,
para encarar mi aliento con tu aliento,
para dormir contigo,
para posar mis manos en tu vientre
y recorrer tu cuerpo y tus secretos.
Me sobran las palabras, todas,
todas las palabras que existen en el mundo
para contarte todo lo que siento,
para decirte tantas, tantas cosas,
para besar despacio
el cielo amurallado de tu boca.
Para saber de ti,
para que tú me sepas y me ames,
para que el tiempo deje de existir
y la vergüenza esconda su cabeza
debajo de la almohada.
Para quedarme en ti como algo eterno,
como una noche
o como nada,
me sobran todas, absolutamente
todas las palabras.
Te conozco desde el punto de vista
más desenfocado: el del amor.
No sé muy bien si de verdad me quieres
o es sólo que estás a gusto a mi lado.
No lo sé. Al igual que desconozco
si son ciertos los besos que me das
o la única verdad son tus mentiras
–como saben a azúcar me las trago–.
No me has mostrado ni una sola vez
el color de las pupilas vacías,
pero yo, como soy tonto, me lo creo,
y me las imagino azul celeste,
con nubes dibujadas en el centro.
¡Qué torpeza la mía!
Por más que me dijeron que hay que ver
para creer, sólo escucho tu voz,
que se cuela traviesa en mis oídos
arañando mis tímpanos delgados,
y llenando las trompas de mentiras.
¡Y todo me da igual!
Porque sé algo que nadie más sabe,
sé que me quieres con la gris dulzura
de tu corazón grisáceo, bien
envuelto en su gris pleura de engaños.
Por eso ¿Qué más da lo que me digan?
Nunca nadie, con sus muchas verdades,
me sacará de todas tus mentiras.
Hoy casi no me acuerdo de esos días.
De la lluvia de otoño en los cristales
dibujando figuras imposibles.
De mis ojos clavados en tu ausencia
malheridos de vistas acabadas.
De la espera nerviosa en los portales,
aguardando el momento y la sonrisa
que debiera venir, indefinible,
por la acera del fondo de la calle.
Hoy casi no me acuerdo de mí mismo,
pero siempre de ti, de ti me acuerdo,
de tu voz rellenando mis vacíos,
de la turbia elegancia de tus manos
cogiéndome la cara con ternura,
haciéndome sentir, contra mis miedos,
un tímido habitante entre los vivos.
De maneras y formas y miradas,
de todo cuanto éramos a un tiempo,
insensatos, febriles, egoístas
el uno con el otro y con el mundo.
Hoy casi no me acuerdo de las noches
que habrán pasado, lentas, por la almohada
amarilla y azul de nuestras cosas,
de los rayos de sed de las ventanas,
de la calma infinita de tu vientre,
ni del más triste abril de mi existencia.
Hoy casi no me acuerdo de nosotros.
Ahora que se acerca la mañana
y habita la memoria bajo el tiempo
volveremos aún, llenos de todo,
a darnos otra vez el primer beso.
TU VOZ
Tu voz habla de mí como del tiempo,
como de una mañana de domingo
de luchas y de risas en la cama,
como de un verso roto en la mesilla
que siempre quedará sobre la noche
cubierto con el velo de algún beso.
Tu voz cerca la patria de mis manos
y le pone frontera a tu cintura,
y tus pechos ondean bajo el viento
del azul infantil de mi mirada.
Yo sé que lo soy todo,
soy todo sin ser nada, sólo nada,
la nada que me crece en la cabeza,
o aquella que dibujas en tu vientre,
la nada, sólo nada.
Pero tu voz,
tu voz convierte todos mis vacíos
en el agua primera de la vida,
y me inunda hasta el fondo de los huesos,
y rellena los lunes por la tarde,
y me cansa de amor hasta dormirme.
ROMANCE DEL CIEGO Y LA FULANA
Se enamoró el ciego triste
de las curvas de sus piernas,
de la calor de sus pechos,
de sus caderas desiertas.
Se enamoró la fulana
del bolsón de sus monedas,
de sus ojos amarillos,
de la suerte, también ciega.
Él esperaba en su esquina
a que el amor le trajera
flores marchitas y oscuras
para ver la primavera.
Ella en la esquina de enfrente,
también vestida de espera,
suspiraba por un hombre
con olvido en la cartera.
Él escuchaba el sonido
de tacones en la acera.
Ella miraba la suerte
colgada de una pechera.
Cuando las luces se marchan
y la noche se despierta
el ciego toma el camino
–saliendo de su pecera–
de su casa amoratada
por la soledad enferma.
Ella le observa cruzar
la hostigada carretera
y cuando llega a su altura
la boca se le envenena:
“Te cambio un par de cupones
por estas carnes, aún prietas”
El invidente se apura
pero rápido contesta:
“Si das color a mi cama
te entrego una tira entera”
Ella le toma del brazo,
él adivina su pena.
Ella le besa en la boca,
él la imagina… tan bella.
Llegan juntos al portal,
mientras él abre la puerta
ella se estira la falda
y se coloca las medias.
De inocencia se perfuma
subiendo las escaleras.
Entran en la habitación
oscura de luna nueva.
Ella se quita la ropa.
Él, sin mirarla, la observa.
Se desatan los colores
en su pupila imperfecta,
percibe luces y sombras
cuando se introduce en ella.
Juntos cruzan madrugadas
para llegar a planetas
donde solamente existe
el olor de la presencia.
Luego llega la mañana,
bambas rellenas de crema,
café solo, bien cargado,
tostadas de amor de fresa.
Él coge la suerte, hoy rosa,
y la cuelga en su pechera.
Ella se viste de vida
y siembra la primavera.
Salen juntos del portal,
ella se siente princesa,
él, grumete perspicaz.
Ya no hay ciego, ni ramera,
ni mentiras de cristal,
sólo hay babas de quimera
quemando en el corazón.
Atraviesan callejuelas,
sin decir una palabra,
hasta llegar a la acera
donde acudirá la noche
vestida de luna llena.
Él vende la mala suerte,
ella cuna para esperma,
mientras gritan un te quiero
tacones sobre la acera.
Las mañanas de abril eran así,
grandes y claras
como los ojos de una joven virgen.
Se llenaban de ti, de tu presencia,
de caricias resueltas ensayadas
en la noche anterior,
bajo la tempestad de los placeres.
Tú mirabas el mar, yo, las noticias
de un canal alemán de parabólica
–nunca tuvo la muerte un acento más justo–
Callábamos los dos, los dos desnudos
tomábamos café,
untábamos tostadas con deseos
y comíamos el uno de la otra.
Luego desenredabas estos rizos,
revueltos y enrulados,
y yo te leía versos en voz alta
de un tal Ángel González.
Te vestías tan sólo con las ganas
de quedarte desnuda para siempre,
yo clavaba minutos en las horas
para seguir contigo,
para mirarte viva.
Después tocaba sexo en la cocina,
entre la bechamel y el pan rallado,
sobre el mantel de rayas
que acababan perdiéndose a la vista.
Un baño para dos, luego otro solo,
luego otra vez los dos de vuelta al agua,
un poco de maría,
una canción de Jara
y el pecado venial de ser felices.
Pero nada es eterno.
Vendría, por desgracia,
la fecha del billete de avión
y nos expulsaría para siempre
de aquello que llamabas paraíso.
LA CASA (a Emilio Lledó)
Colgado en el cristal de tus paredes
tengo este corazón de fuego y viento,
artrosis en el alma, en el intento
puertas de par en par porque te quedes.
En mi balcón los sueños que me cedes,
en el tuyo la flor del pensamiento,
en el desván escondo el sufrimiento
por si cierras los ojos y me puedes.
Mis fronteras las marca tu presencia,
no hay nada más allá de tu verdad
ni nada más acá de mi mentira.
Respiramos el aire de la urgencia,
nos tomamos la mano, soledad
que ve que somos uno y se retira.
MI NOMBRE ES NADA
(A Lilia Alejandra García Andrade, una joven de 17 años de edad, secuestrada el 14 febrero de 2001 y encontrada asesinada el 21 de febrero del mismo año en Ciudad Juárez, Méjico)
Alejandra. Mi nombre era Alejandra.
Ahora ya de nada ha de servir.
No me llamará nadie.
Sé que no queda tiempo,
que las rosas que crecerán ahí fuera
no habrán de verme nunca.
Ahora sé que el final por fin se acerca,
que llegará la muerte hasta este cuerpo
que ya no siento mío.
Se deshará mi alma entre la luz
y olvidaré sus ojos,
el pecado constante de sus ojos.
Hubiera preferido que la vida
se alejara de mí de otra manera,
pero ya no hay remedio.
Al fin llega la muerte
para cubrir mi cuerpo con su manto,
para borrar de mí esta desnudez
que quedó señalada por los dientes
de un ser irracional
que me humilló mil veces.
Dios cure estas heridas
y el dolor infinito de mi madre
que encontrará mis huesos esparcidos
bajo la amarga arena del desierto.
Dios perdone a las bestias
que me robaron todo,
a aquellos animales que cubrieron
mi cuerpo con sus babas,
que borraron las risas de mi boca,
y dejaron mi edad sin una lágrima.
Alejandra, mi nombre era Alejandra.
Ya de nada me sirve.
Quedará para siempre en una cruz
que alguien pintará en esa pared
que daba a la ventana de mi cuarto.
Ese cuarto que dejé desordenado,
con mis zapatos rojos
tirados por el suelo,
cuando los hijos mismos del demonio
se adueñaron de mí.
Y nadie va a hacer nada.
Sé que nadie hará nada.
Y cuando se deshagan de mi cuerpo
correrán a por otro,
y después otro, y luego otro.
Y todos mirarán hacia otro lado.
Alejandra. Mi nombre era Alejandra.
Y ahora, al fin, es Nada.
Nos sabíamos tanto,
que de tanto sabernos
me olvidaba a menudo
de seguirte aprendiendo.
Nos sabíamos tanto,
tanto a fuerza de besos,
que por no descubrirme
me inventaba secretos.
Nos sabíamos todo,
las esquinas del cuerpo,
callejones del alma,
el final de los versos.
Nos sabíamos tanto
que de tanto sabernos
aprendimos, de golpe,
a dejar de aprendernos.
Sólo nos queda amor en la cartera,
sólo gotas de lluvia en los zapatos.
Sólo restos de nada en la nevera.
Un viejo ordenador, un par de gatos,
un disco de Serrat que ya no suena,
y una pared desnuda de retratos.
Sólo me quedas tú, siempre verbena,
sólo te quedo yo, siempre fracaso.
Sólo nos queda amor para la cena
y un futuro que no nos hace caso.
EL HOMBRE QUE LLENABA LUNAS ANTES DE QUE ANOCHECIERA
He llenado la luna.
He ido metiendo dentro
lo que ya no cabía en mi interior.
Me ha costado subirla hasta ahí arriba,
conseguir que colgara, sin peligro,
a la altura precisa, a la ideal
para que tú pudieras
verla enorme a través de tu ventana.
He llenado la luna.
He ido guardando dentro
retales de momentos
ahora casi olvidados,
todas esas palabras que no salen
de mi boca cuando te tengo cerca,
las miradas que juegan a esconderse,
y los besos que nunca te daré.
He llenado la luna.
He estado todo el día trabajando,
sin pausa y sin descanso,
para meterlo todo,
para que no quedara nada fuera.
No quisiera que luego, por la noche,
no brillara la luna
todo lo que debiera,
no jugara su luz a desnudarse
por las dulces paredes de tu cuarto.
He llenado la luna y,
después de comprobar que estaba llena
de todo cuanto debe
estar llena una luna,
la he dado una manita de pintura
con el color del que se tiñe todo
cada vez que sonríes.
He revisado bien todas las juntas,
he sellado los poros y las grietas,
he tapado los cráteres pequeños
para que no se escape ni una mota
del polvo que cubrió todos mis sueños.
He llenado la luna,
he colgado poleas de las nubes,
la he atado una cuerda a la cintura
y he tirado con fuerza,
he logrado subirla hasta la altura
donde la ves ahora, tan brillante
que parece que hayan sido tus ojos
los que la dieran luz.
He llenado la luna,
he empezado temprano, con paciencia,
he acabado a la hora establecida,
justo cuando la noche
comienza a hacerse grande,
justo cuando la luna debe estar
regalándole brillo a tu ventana.
Ahora me sentaré
hasta que venga clara la mañana
y tenga que traer
de nuevo hasta la tierra
la blancura redonda de la luna.
Y volver a empezar.
Y llenarla de nuevo.
Y así un día tras otro, y otro más,
aunque no te des cuenta que soy yo
el que llena la luna cada noche.
Aunque duermas feliz y nunca sepas
(aparte de en zurcirse el corazón)
en qué pierden el tiempo los poetas.
LA DELICIOSA DIFICULTAD DE LO SENCILLO
A veces es difícil ser poeta.
Hay que medir el ritmo y la palabra,
exonerar los daños,
calibrar el dolor y el sentimiento,
no excederse en el miedo
ni en las formas.
Saber que cada letra es importante,
que cada verso un mundo
que gira en torno a otros,
que con otros, también,
conforma un universo de mentiras.
A veces es difícil ser poeta,
describir la belleza sin cuidado,
derramar ilusión sobre el papel
que ha de dejar de ser una hoja en blanco
y convertirlo en bosque de metáforas.
Desenterrar los pies de la amargura
y sacudirse el polvo indiferente
de miradas que pesan en los hombros.
A veces es difícil, muy difícil,
caminar al contrario de la gente
o salir a la calle sin paraguas
por si acaso no llueve.
Desembalar la pena y las miradas
cargadas de lamentos,
saberse bien el cómo, el cuándo, el dónde,
averiguar, si acaso, hasta el porqué,
encontrar la salida más lejana
y olvidar por un rato el laberinto
en el que yace el alma cada noche.
A veces, muchas veces, casi siempre,
la soledad se vuelve compañera
y nos hace cosquillas en las dudas,
y sufre a nuestro lado las vigilias.
A veces se hace duro ser poeta,
hay que ahondar en heridas ya olvidadas,
compensar la alegría con la angustia,
recordar esos ojos que se fueron,
pensar en los que nunca han de venir.
A veces es difícil, simplemente,
el hecho de vivir –de seguir vivo–,
jugar con el amor como quien juega
a esculpir en el barro su derrota
sabiendo que eso es todo lo que queda.
A veces. Sólo a veces. Muchas veces
se hospeda en nuestros ojos la tristeza.
A veces. Sólo a veces. Muchas veces.
A veces es difícil ser poeta.
A MIS AMIGOS
Algún día, cuando pasen los años,
cuando las tardes de domingo incendien
las ganas de ser algo más que humanos.
Cuando el fútbol importe lo que importa
la lluvia en una tarde de noviembre,
acordaos de mí, decid mi nombre.
Cuando ocupen las casas los pequeños
y nos pinten bigotes en las fotos
que hicimos en el campo algún verano,
y borremos el número del móvil
para guardar alguno de un sobrino,
acordaos de mí, y de mi nombre.
Cuando deje las gafas en la mesa
y me frote los ojos, y bostece,
y piense en afeitarme por la noche,
en preparar la ropa de mañana,
y en limpiar los zapatos, por si acaso,
me acordaré de todas vuestras voces,
de aquellas tonterías que dijimos
cuando éramos aún puertas abiertas.
Me acordaré de todos vuestros nombres.
WEBMASTER: soydelfrater1@gmail.com